miércoles, 25 de junio de 2008

Apatrullando la ciudad

No es algo habitual en mí, ni muchísimo menos, pero de vez en cuando, cuando vengo a Madrid, puedo permitirme el lujo de venir en taxi desde el aeropuerto a casa de mis padres. No por nada, sino porque es la manera más rápida de ponerme al día con las últimas novedades del país sin hacer demasiado esfuerzo por mi parte (otra poderosa razón, mucho más prosaica, es que a mi madre le desgrava, ésa es la pura verdad que se esconde detrás de todo esto, pero, shhh, no se lo digas a nadie). Total, que ayer, un día más, cumplí con mi rtual y, ¡suerte la mía!, el taxista no sólo era madrileño de "patilla, hoja de hacha; tacón, cubano y destetao, con callos y gallinejas", que diría un gato de pro, sino que, además, ¡¡¡tenía el taxi limpio y sin olor a tabaco!!! Así que me acomodé en el sillón trasero y me dispuse a disfrutar del aire acondicionado, del paisaje reseco y amarillento de Madrid además de la verborrea incansable de mi amigo taxista.

Supongo que no se lo aconsejo a ningún guiri despistado de esos de calcetines con sandalias (algo que, todo hay que decirlo, mi padre, sin ser guiri en el sentido completo de la palabra, también calza cuando vamos de vacaciones), pero, qué queréis que os diga, yo disfruté mucho más del viaje que si hubiera tenido que coger el mucho-más-ecológico-económico- y mira tú-cómo-vuela querido metro de Madrid.

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