lunes, 15 de diciembre de 2008

Siniestralidad laboral

No es un problema especialmente grave en este país, pero yo he sufrido en mis propia carne (léase a lo María José Cantudo) los peligros de mi profesión.
El viernes estaba planeado que recuperara una clase que no había podido dar hace dos semanas en la universidad a causa de mi viaje a Madrid por la muerte de mi abuelo.
Dándole vueltas a mi horario, a la disponibilidad de los alumnos y al número de aulas libres que podría haber, llegué a la conclusión de que el único momento para recuperar susodicha clase iba a tener que ser un viernes de 18 a 20.30, lo que es de noche de noche por estos lares.
Pues nada, varios alumnos muy solícitos encantados de poder recuperar mi clase y el secretario de la escuela universitaria me informa de que los guardas del edificio estarán al tanto para no dejarnos encerrados ni nad apor el estilo, ya que seré la única persona que levantará el país con el sudor (frío, con estas temperaturas...) un viernes por la noche. Eso es amor al arte.
Total, que allí me planté, y para mi sopresa no podía dejarme encerrada dentro con mis alumnos porque...¡ya estaba cerrado!Joder, vaya lío, pensé, no puedo cancelar la clase sin más ni más, hay alumnos que vienen de muy lejos para estos, otros tienen que hacer hoy su examen oral...Bueno, a ver si mi llave abre el portón de la escuela...¡Ohhhhhhhh, cielos, sí que lo abre, problema solucionado!Hala, adentro que voy muy dispuesta yo, seguida del típico alumno que siempre llega 10 minutos antes. Otra puerta interior está cerrada, pero ya no me achanto ante las dificultades, y pruebo suerte con una lateral que tampoco se resiste a mi llave mágica. Total, que entramos tranquilamente, enciendo todas las luces mientras me cago en la madre del secretario que se ha olvidado de que tengo que dar clase y está haciendo de esto una carrera de obstáculos para mí cuando, de repente, emepieza a sonar la alarma!!!!!!!!!!Alarma que yo no sabía que existía pero, joder, aún me duelen los oídos de lo fuerte que sonaba.
¿Qué hacemos?, pregunta mi alumno (sí, ese que normalmente me fastidiaría que hubiera llegado tan pronto, pero por esta vez me ha dado la vida, así no tengo que pasar por todo este pollo yo sola) ¿No tienes un número de teléfono al que llamar? Ay, hijo, ojalá...(lo d ehijo es irónico y una forma de hablar, el señor tiene 60 y pico palos...)
Pues nada, no vamos a quedarnos dentro mientras la alarma nos taladra los tímpanos, así que decidimos salir fuera y, justo cuando lo conseguimos, la alarma se apaga. Uf, qué alivio, pero mi problema de dar clase no se soluciona, y cada vez van llegadno más alumnos a los que tengo que explicarles la situación...
Por supuesto, no hay alarma sin segurata que la respalde, y al minuto se planta en la puerta como Rambo dispuesto a cargarse él solito a toda una banda de ladrones de universidades. Menos mal que estoy yo ahí para explicarle lo que pasa, que se han olvidao de mí, que nadie me quiere, que tengo que trabajar un viernes por la noche y, además, me saltan las alarmas. Espere que hago una llamada para confirmarlo. Está bien, puede dar su clase, a las 20.30 vengo yo a cerrar, dice el chico, que ha dejado de ser Rambo y se ha convertido en una persona mucho más normal y amable.
Moraleja: no pienso volver a recuperar ninguna clase que no pueda dar, mi salud y mi vergüenza peligran. Eso sí, no hay mal que por bien no venga y ahora soy la profesora que "fíjate, pobrecita, encima de que viene a trabajar un viernes cuando no hay nadie y todo el mundo está en su casa o con sus amigos, van y se olvidan de ella. Eso es pasión por tu trabajo, qué maja la profesora de español, oyes".

2 comentarios:

Aniceto Valdivieso dijo...

jojoojo, que canteo, el nombre de la entrada tendría que ser "Demasiada pasión por lo suyo", como la serie de sketches de muchachada nui, jejeje.

Anónimo dijo...

Jajajaja pobrezota... A mí me pasa eso y me pongo a llorar allí mismo y entonces sería el pringao del profe de español para toda la eternitas eternitatis.