martes, 17 de julio de 2012

La universidad en verano

Finales del mes de junio.
La universidad, vacía. De la gente de aquí, que se ha ido de vacaciones o de congresos. Vacía de estudiantes, vacía la biblioteca, los pasillos, los baños.
Por las mañanas hay que encender la fotocopiadora, la impresora, poner el café, cosas que siempre "están hechas" cuando llego al despacho (en otras épocas que no sea verano, se entiende), porque ya las ha hecho la secretaria del departamento.
Así que dan ganas de irse también, de dejar este edificio vacío, de que me dé el sol y haga calor y estar también de vacaciones.
Sin embargo, el comedor está lleno, se acaban las existencias, y nos cuesta encontrar una mesa para los cuatro gatos (literalmente, lo juro), que todavía estamos hoy en el departamento. De hecho, somos cuatro porque nos hemos juntado con la chica que queda de literatura y su novio que, si no, seríamos solo dos.
Seguimos en el comedor, y me doy cuenta de la gran cantidad de idiomas y aspectos distintos que veo, españoles, latinos, gente hablando en inglés, mogollón de chinos (están en todas partes, es increíble), indios, portugueses, de todo. Como yo, son gente que trabaja en la universidad, investigadores, que vienen a pasar una temporada aquí a investigar, en su tempo de vacaciones, a aprovechar la biblioteca, los despachos, la tranquilidad, el fresco que permite trabajar incluso en la hora de la sobremesa. Y entre esa gente, amigos que no paran de repetirte que no sabes lo afortunada que eres por poder estar, vivir y trabajar aquí, que mucho peor están ellos, que ya quisieran venirse aquí y ocupar encantados tu puesto.
De repente, me doy cuenta de que eso que toda esa gente viene buscando hasta aquí, tan lejos, lo tengo yo al alcance de la mano, silencio, despacho propio, una hermosísima biblioteca,  ninguna clase que dar, todo el día por delante para dedicarlo a mi investigación, a mis cosas de empolloncilla en un medio donde lo que mola es ser empolloncillo, je,je.
Desde mediados de junio me muero por un poco de sol y por montarme en un avión camino a Madrid, pero también entonces decidí que mis vacaciones empezaban ya, aquí, disfrutando de esto que tengo y que tanto vale.
Será cosa de empollones.

1 comentario:

Begoña dijo...

Sí, empolloncilla, cosas de empollones y de que no estéis a cuarenta grados a la sombra...jajaja. Me temo que, empollona y todo, a mí se me calienta el "disco duro" después de un par de horas de francofonía...jajaja.

Mil besos.

Bego