lunes, 28 de febrero de 2011

Dolor

Hay cosas que una no se imagina cómo pueden ser hasta que pasa por ellas. Por mucho que nos digan, o leamos, o veamos.
Como el dolor de ver a un hijo enfermo, y desear con todas tus fuerzas (pero sin resultado inmediato) que mejore. O que ojalá fuera yo la que estuviera pasándolo mal en su lugar.
Todo eso he sentido estos días atrás teniendo a Tobias en el hospital. Y sabía que estaba en buenas manos, que antes o después se recuperaría y que, mientras tanto, el mejor sitio para ello era donde estábamos, en el hospital. Era consciente de que somos unos privilegiados por poder acudir tan rápido a un médico y tener medios a nuestro alcance para recobrarle la salud a nuestro hijo. No quiero ni puedo imaginar el sufirimiento de millones de madres en el mundo que ven impotentes que no pueden hacer nada por sus hijos enfermos, porque no hay medios o médicos o no tiene dinero para pagarlos o están muy lejos. Qué horror, se me cae el alma a los pies, de verdad.

Aun así, a pesar de saber que finalmente mejoraría, he sentido un dolor como nunca antes, y nada era tan importante como Tobias y que se mejorara.
Ya ha pasado todo, menos mal. Y, visto desde el ahora, bastante rápido. Pero el recuerdo de ese dolor va a seguir siempre ahí.

No hay comentarios: