lunes, 8 de marzo de 2010

Experiencia de un domingo


Ayer domingo me levanté prontito para ir a la panadería a por croissants y bollos para el desayuno, versión flamenca de los churros de domingo que iba a comprar mi padre (no estoy muy segura de si aún lo sigue haciendo... Espero que sí, algunas costumbres nunca deberían perderse).
Cielo completamente despejado, brillaba el sol. Frío, mucho frío, parece que la primavera no va a llegar nunca, qué larga la espera. Pero un frío estupendo, de los que te despiertan los cinco sentidos.
La calle estaba casi desierta. Sólo en la floristería de la esquina preparaban las macetas, flores y plantas que ponen en la acera para atraer a los compradores. El domingo parece ser buen día para comprar flores.
Ni un coche, ni un ruido. En la esquina frente a la panadería el carnicero enseñaba a su (creo) nieto cómo colocar los pollos para asarlos. Muy de domingo también aquí, pollo asado con patatas.
A un par de metros de ellos, unas palomas se arremolinaban alrededor de unos granos de maíz, y una oleada de olor a pan recién hecho y a bollos me recordó a qué había salido a la calle un domingo por la mañana tan temprano.
Sólo me faltaba una banda sonora para tan delicado y mágico momento, aún no he decidido cuál le habría puesto. Y el olor a café recién hecho, pero eso lo tenía esperándome en casa, y a Mathias aún somnoliento y ensimismado, como tantos otros domingos.
Supongo que hay días en los que la vida parece fácil, hermosa, maravillosa.

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