miércoles, 29 de enero de 2014

Tarde de lectura

Cuando aún vivía en casa de mis padres a menudo me buscaba planes de todo tipo para estar lo más posible fuera de casa. En mi búsqueda de mi identidad, pensaba que pasar tiempo en casa, "sin hacer nada", era una pérdida de tiempo, además de que restringía mi libertad. 
Pero no voy a hacer psicología barata del adolescente, tranquis. Es que esta tarde se cumple uno de mis sueños de entonces: pasar una tarde fría, de invierno, sentada en un sillón, con un café o un té a mano y una pila de libros a mi lado, con varias horas por delante para sumergirme en ellos.
Cierto es que en casa de mis padres, si algo había, era libros. Si algo promovía mi padre, era que leyésemos. Y tengo que admitir que, ya más mayorcita, en la universidad, disfruté de muchas, muchas horas en mi habitación sumergida en mis libros. No en vano hice filología.
El caso es que esta tarde esa sensación es aún más confortante, porque estoy en mi propia casa, en mi sillón, sin tener que dar explicaciones a nadie (qué rabia da eso cuando una es adolescente, ¿recordáis?), sin interrupciones. Tobias está también tumbado en el sofá, recuperándose de unas anginas; Clara duerme la siesta; Mathias está en un curso.
Así que, como un regalo, en mitad de la semana, el bálsamo de una tarde entera de lectura. A mi lado, "On the road", el libro que acaba de publicar mi amiga Ana (" Letras liberadas. Cautiverio, escritura y subjetividad en el Mediterráneo de la época imperial española") y un par de revistas de esas que vienen con el periódico el fin de semana para alternar de vez en cuando, que últimamente se me da muy bien lo de la procastinación.
Lo sé, es un lujo, una tarde así. Un bálsamo.

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