Cada vez que he oído o dicho yo misma esta expresión imaginaba que estaría basada en la realidad y que, efectivamente, a los niños en general les hace felices tener zapatos nuevos.
Lo que pasa es que no la asociaba con mi infancia, ni tampoco tengo recuerdos de mis hermanos volviéndose locos de felicidad por un par de zapatos nuevos cuando éramos niños. Recuerdo que una vez, siendo aún niña, pensé que la expresión vendría de lo contentos que se pondrían los niños africanos que recibían zapatos nuevos, felices de no tener que andar descalzos o con agujeros en el calzado.
Pero este fin de semana por fin he comprendido la profunda verdad que encierra este dicho: Tobias y Clara necesitaban zapatos nuevos, así que fuimos a comprárselos el sábado por la mañana.
Y los dos, como locos desde entonces con sus zapatos nuevos. De verdad. Increíblemente felices, enseñándoselos orgullosos a todo el que hace un comentario sobre sus zapatos nuevos (mis amigas ayer por la tarde en el cumpleaños de una de ellas, una de las maestras de Clara esta mañana en el cole). No se los quitan nada más que para dormir, y el pobre Tobias hasta se echó a llorar cuando ayer le dije que no podía ponérselos para ir a montar en bici, que tenía que ponerse los "viejos" para que los nuevos-azules-decorrerrapidísimo no se le rompieran.
Por fin entiendo la felicidad que puede dar un par de zapatos nuevos.